Y EL POEMARIO “TERMINAL LAREDO”
Reseña de Carlos Santibáñez Andonegui.
“La poesía y la música nacieron juntas y sin embargo una es siempre antes que la otra…”
Jacobo Mina, Terminal Laredo, Ganador del Premio de Publicación Editorial para Obra Escrita, Fotografía en Portada: Calles en la noche, de Diego Ocampo, Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Tamaulipas, Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes (ITCA), México, 2011.
Me gustaría difundir más la obra de Jacobo Mina, darla a conocer para mayores audiencias.
Por lo pronto habrá que pedirle ejemplares de: Terminal Laredo, para pasar un rato de vuelo poético en este final de Año y principio de otro.
El libro se deja leer fácilmente, consta de una selección de poemas aparecidos en diferentes obras suyas. En su papel de Directora General del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, afirma la maestra Libertad García Cabriales, en páginas preliminares a la obra que nos ocupa, que en los libros editados por el Gobierno dentro del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Tamaulipas, se deja registro de “una forma de ver el mundo y una imaginación plena de vivencias y originalidades”, bajo el poder articulador de la palabra. Esto es lo que ejemplifica con creses el poemario Terminal Laredo, de Jacobo Mina. Hubiera sido omisión, no darlo a conocer (esto lo digo yo, perdónenme) con todo y las vivencias y originalidades que lo caracterizan, -esto también hay que decirlo, y elevarlo a pregunta de teoría literaria controversial. ¿Toda originalidad es parte del poema? ¿O debe el poeta fajarse, restringirse? Por ejemplo a Reseña de Carlos Santibáñez Andonegui. a mí no me gusta cuando asocia el olor del sexo con el del alcohol; dice Moisés Heriberto Cortés que le recuerda a los poetas malditos. Con él “sentimos al mundo, expresa Cortés Cruz en el prólogo, lo vivimos desde la nada, desde adentro”. Jacobo Mina elige su destino, emprende su vuelo, con variados aciertos. Resalto su capacidad de echar a andar las cosas a un ritmo acelerado en todos los órdenes. Qué va del humorismo, lo toma y lo rebasa. Cuenta un cuento en el poema: “Era un endeble mar que se rompía en olas, era un somero mar destiñendo deseos… Era la espuma como velo de novia, Era el viento que se perdía en el tiempo. Era besar unos labios salados. Era la platina luna entre pegazos. Era buscar un lugar entre las rocas donde descansar.
Era un sucio mantel con encaje en las orillas Eran sus grandes ojos reflejando el atardecer. Era una mujer y el mar. Luego…” Sabe lo que pocos saben: contar el cuento dentro del poema.
Y hacernos girar con él en un momento. No es el ficcionista propiamente dicho, no es como decía Claudel “el inventariador de la cosa presente”, es el travieso alborotador de la realidad.
La alborota primero con la varita del surrealismo que en su momento nos abrió las puertas a todo. Así cuando escribe: “Un reloj descalabra a Mayra y la deja inconsciente por el resto del poema”. Surrealismo: más que el triunfo del sentimiento ante la razón que defendiera el romanticismo, aduce la imaginación del poeta como un triunfo total de la libertad. En los rincones más inexplorados del mundo, se querría la poesía con su lema resplandeciente: “Todo está permitido”. Pero ese viaje ha terminado. La tendencia es hoy día a restringir el exceso de originalidad, ante el compromiso de sentir en carne propia el dolor sincero y salvaje de la humanidad, que se empequeñece ante las catástrofes derivadas del calentamiento real del planeta, ante las guerras inexplicables y cruentas como la desatada en los últimos años en nuestro querido México, y entonces “sacrificar” las ganas de ser demasiado original, con tal de honrar el compromiso con ese dolor y esa sociedad, de decirlo como fue, de revivirlo como se vivió. Sí que lo hace Jacobo Mina, por ejemplo en el poema “Descomunal orgía de todos los personajes”, al asentar: Afuera,/ del otro lado del río,/ los nuevos jinetes del Apocalipsis van de Border patrol, Custom homeland, Police o Army”, y reconoce: “Hasta la muerte se avergüenza”, pero además: “A diario se escribe esta perenne historia fronteriza”.
Cuando se ha vivido esto, es cuando dan ganas de escribir con Mina en sus “Poemas del perdón”: “los seres marginales siempre terminamos juntos”. El reproche, el despecho, la crítica destructiva, desde un pedestal donde el poeta era un señor que recibía aplausos y premios, van a la baja, porque como poeta, la sociedad te firma un cheque en blanco y te lo cree todo, casi nadie pretende limitar la libertad de un poeta, es el poeta el que debe ir con cuidado, y registrar lo que escucha: el fragor que está oyendo es el del “Carnaval de los despreciados”. De lo contrario, oiría mal, y la posteridad no lo escucharía a él. El poeta está llamado como todos los artistas, o quizá debiéramos decir aquí “los despreciados”, a percibir el modo en que se fija lo que perdurará, como aquel oro llamado volado o del volador en los altares, mismo que se genera instantáneo y para siempre. Ante aquella “Mayra” de sabores perversos, perfila el poeta:
“Mayra glaciar al deshielo de los instintos, un poco eterna”. La compasión es sentimiento real, y no lugar común. Lo que demuestra Mina es que su expresión no “enfría” al poeta: “Pobre Mayra; y pensar que tienes que cargar con el peso inicuo de tu belleza a todos lados”. La introspección, los hallazgos de la psicología, no se rehúsan, al contrario, se tocan: “He vuelto a soñar dormido/ para no recordar que te soñé”. En este ir de camino que necesariamente es la poesía, no se desdeña la imaginación: “Mayra y una hectárea de fantasía.
Sus piernas en medias negras y ligas blancas, tableros perfectos”. La poesía se nutre de lo que encuentra, le va bien la noción del fin del mundo porque ahí encuentra a Mayra que “se deshoja de sus helados pétalos de invierno, nuevamente surge las magia del nylon y el encaje, la lencería negra que me vuelve un salvaje”.
Y entonces el poema se convierte en Mayra para demostrar que la poesía y la música nacieron juntas y sin embargo una es siempre antes que la otra: Mayra “en el concierto número 1 de Tchaikowsky, dirigido por Karajan, ella al piano y yo al tocadiscos. Dormida en un hotel de paso de la avenida Madero en donde no importa el tiempo y puede llegar la noche”. Mayra en las estadísticas erotiza los números: “Su madurez sexual llegó cuando ella tenía 16 años, eso quiere decir que hemos desperdiciado 5 años en encontrarnos por la ciudad… El 75% de mi cerebro cree que su sonrisa es perfecta. Otro 20% le ha encontrado ya otras perfecciones. El restante 5% cree que todo en ella es perfecto”. Y así arranca el vuelo, la Reivindicación de la Vida sobre un telón de filo real: : “Hoy no digo nada que pueda abrir recuerdos… Un poco de muerte/ sobre el cielo amarillo de esta tarde gris”. El secreto de este mecanismo infalible, pasa por lo lúdico para ahogarse en lo trágico, y lo contiene el verso: “La frontera se quiebra en las manos del invierno”.
Desde este panorama, el poeta crea todo un ambiente: “Hay un borracho muerto en cada esquina/ y un trovador busca a su amada por los callejones del barrio La Esperanza”. De ahí en adelante, Nuevo Laredo está en todo, pero no es el desvalor, es el fulgor de los “Poemas Imposibles”: “La frontera dormita, la calle huele a sal”. No es desvalor, porque un poema incluso lo termina diciendo: “He vuelto a ser feliz”.
Laredo es esa celebración de los extremos, a la que todos hemos ido llegando, o llegaremos. “Un gato muerto en la terraza se pudre al sol, una llave gotea, la regadera acompasa el descuido. La mujer de Laredo sabe a sal y cerveza”. Lo que el poeta crea, es el ambiente, una delicada categoría estética.
“Laredo se tiñe de rojo con el sol, hay muchas historias que sólo salen por la noche a merodear lejos de las luces y en las maquiladoras”. Esta categoría inicia en la atmósfera física, “Hay un cuento de horror escondido en la humedad de este cuarto”, y se construye de tal manera que lo material guía hacia lo espiritual, el ambiente psicológico que se erige en presencia que envuelve, como la “tarde que se expande ruidosamente”, te hace suyo y no te deja salir de ahí. Nuevo Laredo al despertar, es “la calurosa loza del sol”, el único mar posible será el del olvido. “La reconversión tiene varios caminos (pero, en Laredo, el mar está tan lejos)”. La ventaja de dar con esta categoría poética, entre otras es inducir valores propios de lo novelístico, en el poema, al llevar al lector hacia el origen del caos: “En playa Laredo vive una mujer en la concha vacía de un caracol. La oscura muerte pasa disfrazada de estrellas. Hay días en que no puede explotar el amanecer. Se escucha como se aproxima, mas, nunca llega.
Aquí la realidad, literalmente, está sostenida con alfileres”. Hallarse en medio del ambiente creado por el poeta, supone el mismo impulso de estar en medio del frío o del calor. La poesía se hace física, casi podría tocarse en “nombres que hacen malabares en la mente y que luego silentes se esconden al ponerse el sol. Cuarenta grados durante el verano, Laredo huele a sudor. Todos los días, antes de clarear, renace la frontera como parte olvidada del mundo”. Para expresar esto, era necesario el poeta. Con Mayra, con Olivia. “Todas las mañanas Olivia crea pequeños soles con las manos. Frota las manos y el mundo empieza a girar en destellos, Laredo se calienta, se reinventa la vida”.
La riqueza en la creación de ambientes depende del grado de involucramiento que se alcance con el lector. Las armas que Mina utiliza para ello, son: un sentido de aventura, para jugar con lo que parecería normal encontrar, y el guiño de trastocarlo en algo insólito. De pronto, y sin que nadie lo espere, el poema se vuelve un instructivo de algo, una serie de pasos para resolver o despejar un problema. La sensación de vuelo poético es inmediata, es como hallarse a trece mil pies de altura, y se disfruta, mas como el mago de las mil y una noches, Mina sabe el secreto para dejarnos siempre en el mismo lugar, cuando todo parecía reinventado, rearmado conforme a otro modelo que nos había arrancado del contexto habitual, y nos habíamos perdido en los contornos verdegranas, grosellas: “La ciudad sonríe con asfalto morado y semáforos llenos de color. Los odios y las frustraciones transitan en colores pastel”. El poeta recibe su genialidad como un vaso de suave, irrefutable licor que nos desliza soterradamente, y la mesa truena por dentro, se estremece con la historia de una A de plástico en medio de la calle que indefectiblemente va perdiendo su color. Los pedazos de asfalto la acercan al olvido. “La A grita a cada paso de llantas…”
El poeta avienta un “Me quedé esperando en este lugar”. Todo es dramático. Sentimos algo que duele en la piel. Es la frontera, a unos pasos de ahí se “acaba la patria”, y da principio “el sueño americano”. Pero Jacobo no nos deja solos frente al olvido, porque “la tarde toma un aire tropical”. Él va llegando con sus noches “de roce con las yemas de los dedos”, al nivel del deseo, a ese nivel en donde estaba “la comunión de las cosas”, para de ahí parir un poema de perdón. Un poema por ella que se dejó iniciado en ciertas tardes en donde “todo pasa a su alrededor”, un poema que es de vidrios rotos, de rechinar de llantas en la calle Soledad, pero donde se encierra a pasos graves la implacable metáfora de sol en medio del desierto, de “piel morena próxima a graduarse”, y rabiosa, sublime, eterna:
“una mujer se ducha, su cuerpo se evapora en milagros”.